Ayer tuve la oportunidad de asistir a las jornadas Culture&Branding, organizadas por la Fundación Picasso y el Dr. en Historia del Arte, Francisco Luque, en el MUPAM. Enrique Loewe, presidente de la Fundación Loewe, fue el encargado de abrir este seminario con una conferencia que bajo el título La obra de Loewe: Etapa con Javier Carvajal relacionaba la revolucionaria concepción de las tiendas diseñadas por el arquitecto Carvajal con la evolución de la imagen de marca. Sin embargo, la ponencia fue mucho más allá de eso. Loewe hizo un exhaustivo repaso por su historia empresarial y personal, desde el nacimiento de Loewe hasta su reciente compra por el grupo LVMH, pasando por su resurgir tras la Guerra Civil, el proceso de internacionalización, la conversión en una de las marcas más renombradas dentro de la industria del lujo y no evitó contestar sobre la reciente polémica suscitada por el spot publicitario de la colección Loewe Oro.
Fue un auténtico regalo para los asistentes compartir unas horas con Enrique Loewe, de quien pese a haber seguido con bastante interés su trayectoria me sorprendieron varios detalles. Especialmente, el hecho de que no hubiera querido dedicarse a la empresa familiar y lo hubiera hecho casi obligado, pues su verdadera vocación era ser pianista. Desde luego Enrique Loewe es el mejor embajador posible para su marca y uno casi se imagina que huele a piel de la buena. Le resulta imposible desprenderse de todo lo que ha significado Loewe en el imaginario colectivo: un cierto aire de rancio abolengo, la calidad esperable de la exigencia alemana, la afabilidad del artesano cañí, el peso de la herencia y ante todo, la autenticidad. Me gustó mucho su análisis de la sociedad actual, del mundo de la moda y de los retos de España ante el futuro. También su concepto de rebelión personal. Un resplandor de brillantez frente a la mediocridad.